Textos y extractos de la obra conjunta



Extracto de un cuento de José Carlos Ruiz, publicado en el libro conjunto de la SEM:

"Prisma. Doce escritores de Morelos".


¡Ay, si los ciegos pudiéramos correr de las chicharras!

José Carlos Ruiz

  

Llevan un rato cascándose las gargantas esos duendezuelos que por acá en Cuernavaca son heraldos de la lluvia: las chicharras. Es un clamor chillón que perturba el oído, como si bramaran trenes en el fondo de las barrancas que le cortan las venas a esta ciudad metida a la fuerza entre los pliegues de la tierra.

¿Y qué tienen que ver las chicharras en todo esto?

Pues hoy salió el Tuerto de la cárcel. El mismo que con un cuchillo de carnicero, le deshizo el pecho a la Rosaura allá donde tuerce el pasillo, en la tercera recámara a la derecha.

Le gustaba que le dijeran Aura, te consta porque te lo pedía quedito, barnizándote el oído: Así m’hijo, dígame así, dígame Aura, Aurita… no, mejor Aurita no, y se reía, porque parece que me pide como que me espere: orita, aguántese, y yo traigo prisa con usté; y se reía más.

Y te acuerdas perfecto que fue en la tercera recámara a la derecha porque eran más de las siete del lunes. La casa no abría los lunes y tú no tenías que servir los tragos a las visitas, ni llevar mandados. Porque ciego sí eras, pero de esta casa, en el número 23 de la calle que en ese tiempo aún se llamaba Tierra del Fuego, donde naciste como bala escapada sabe Dios de qué cartuchera, no sólo te sabes los recovecos y las esquinas, las paredes y las puertas, sino cada arruga de la alfombra roída que había en la sala de ese entonces y las duelas levantadas que hay ahora.

Ese lunes te fuiste para la tercera recámara, ahí nomás dando la vuelta, porque Rosaura, como cada ocho días, ya iba a poner el radio en aquella estación que tanto te gustaba. Andabas en los dieciséis y, por decir de las señoras de la casa, ya estabas agarrando pinta y mañas de hombre; había que sofocarte, decían las pícaras. ¡Sofóquenlo al Ramiro-Casimiro!, gritaba doña Antonieta la mayor, y todas se reían con ganas. A ti te divertía y te hacía entrar un calorcito raro lo de la sofocada, porque sabías muy bien de eso. Desde que andabas a gatas berreando por tu teta las oías sofocando clientes y sofocándose ellas, a ambos lados del pasillo.

La Rosaura se tomó en serio lo del encargo de doña Antonieta o a lo mejor de todos modos, Ramiro, ya te tocaba, porque ella se encargó de sofocarte los lunes. Luego tú te las arreglabas para andarte sofocando en la semana donde se pudiera, pero con ella, los lunes. Y ese lunes te fuiste para su recámara, paraíso tibio de ropa revuelta y cama sin tender.

Estaban bailando lentito, ella sin nada, tú en puro calzón; a lo mejor no habías acabado de quitártelo cuando te agarró a bailar. En el radio sonaba Toña la Negra con esa que decía

 

…después de tanto soportar la pena de sentir tu olvido, después que todo te lo dio mi pobre corazón herido…

 

Sólo porque de repente se hizo el silencio te diste cuenta de que las chicharras habían estado dale que dale allá afuera, clamando por lluvia, prendiendo el ambiente de calenturas.

Alguien apagó el radio. Supiste que era el Tuerto porque Rosaura, medio ahogada, jalando su último aire, arrastró el apodo para adentro como tragándoselo. Después de un golpe seco, como el de un machete contra una caña de carrizo, ya ni el resuello le sentiste.

Luego el Tuerto te agarró del resorte del calzón y te jaló contra su asquerosa panza de sapo: Ahora vas tú, ¿a poco no sabías que esta vieja era mía?, te sentenció con esa peste que le salía del hocico. Pero nomás se te abrazó al cuerpo y se fue cayendo despacito, porque Doña Antonieta le acababa de rajar doce centímetros de cuero cabelludo con un tubo de media pulgada con que estaban arreglando el baño.

Cuando los genízaros cargaron con el Tuerto, todavía medio zombi te gritaba que pinche ciego, me la vas a pagar cuando salga. De eso hace doce años, los mismos que purgó en la cárcel todavía no sabes por qué, pues fueron muy pocos para los veintidós que tenía la Rosaura cuando se la cargó, sin sumar los que le faltaban por vivir en pleno sofoco.

Hoy, 23 de mayo de 1966, también lunes, salió el Tuerto de la cárcel y aquí te tuvo, Casimiro, pegado a la puerta desde las seis de la mañana. Las esperas son cargas que doblan la espalda hasta que algo llega y las levanta, como el zumbar de las chicharras. Pero eso fue hasta la noche: al cabo, toma sus horas salir del penal, parar un taxi, caminar, comer un taco, reorientarse, seguir de lejos a alguien que se extrañó mucho, al fin hay tiempo, y luego, cayendo la tarde, cumplir con los trabajos del destino.

 

 

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